miércoles, 23 de marzo de 2011

Cuando el corazón y la mente no se ponen de acuerdo, entramos en conflicto. Todo se confunde, desde lo más ínfimo, hasta el sentimiento más puro. El problema es básicamente que en una situación en la que sintamos algo y pensemos otra cosa, no sabemos qué decidir. ¿Cuántas desilusiones nos habremos comido por no hacernos caso? Que cabeza duras somos! Intentamos protegernos de lo que sentimos, y nos dejamos llevar por unos pensamientos armados para no lastimarnos; o pensamos algo que no concuerda con lo que sentimos y elegimos el camino equivocado. Vamos y venimos, por acá y por allá. Buscando algo que no llega, o que simplemente esquivamos inconscientemente. ¿Estamos eligiendo bien? Qué pregunta. Si no estamos seguros, damos pasos al costado, hacia atrás, o nos quedamos quietos. Quitos, inmóviles, intentando tomar la desición correcta, intentando creer en lo que creemos y no en lo que creemos que tenemos que creer. ¿Nos atrevemos a hacerlo? No siempre. No siempre nos jugamos, dejando atrás todas las creencias y pensamientos por algo que sentimos. La cuestión es cuando sí lo hacemos, en el momento equivocado. Entonces pensamos para nosotros mismos: ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué no puedo? Lo que pasa es que la mente y el corazón no concuerdan, no concuerdan.

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